El robot que quería ser poeta

Está claro que la era del algoritmo no ha hecho más que empezar. Que estamos ante los primeros resultados, ante los primeros yacimientos de eso que llaman ya el petróleo de los nuevos tiempos que empiezan a ser presente. Oro líquido que todavía está en estado de magma alimentado por cada una de nuestras pulsaciones en el teclado, por nuestros recorridos dactilares en una pantalla, por nuestras búsquedas, por nuestro tiempo de lectura, por nuestro respirar... Datos y más datos que una legión de robots eficazmente entrenados para separar, incansables, el grano de la paja se lanzan a la lectura de las combinaciones alfanuméricas que componen esos datos, esos textos... Algunos de esos robots se han entregado tanto a la lectura que han tomado gusto propio y se han decantado por la poesía, tanto que alguno se ha empeñado en convertirse en poeta. Le pasó al programa informático con el que trabaja desde hace 17 años el investigador de la Universidad Complutense de Madrid, Pablo Gervás y que bautizó con el nombre de WASP, aunque a mí me gusta como suena en castellano eso de poeta automático ilusionado o aspirante a poeta automático... Con eso se hace un verso.
Leía esta semana una entrevista de África Prado para el Diario Información de Alicante a su creador, aprovechando una visita de éste a la ciudad. Me pareció interesante porque ahonda en unas motivaciones que quedan muy lejos de lo que sería el uso puramente comercial de los robots. Es decir, si la poesía en sí ya tiene un mercado artístico más que difícil, qué interés comercial puede tener un robot que le da por hacer versos con cualquier texto que le cae entre escaneo y escaneo virtual. Evidentemente ninguno tal y como va el mundo, pero sí que puede ser útil para entender ciertas estructuras del lenguaje. El objetivo, asegura, Gervás, es entender el mecanismo de «cómo funciona la creación poética, las metáforas, las figuras retóricas y ver cómo podemos añadirlo a la realidad, igual que utilizamos el corrector ortográfico».

Las máquinas no traen las emociones de serie, no entienden de pasiones, pero sí de combinaciones de tipologías de palabras, de repeticiones. Tal y como comenta el investigador en la entrevista «No se trata de desbancar ni de sustituir a nadie, sino de hacer el trabajo más fácil, estudiar en qué consiste el proceso creativo y ver qué parte se puede delegar en una máquina».

Nos guste o no a los que disfrutamos del arte poético y a los que hacemos nuestros pinitos como tales, este tipo de 'bots' han venido para quedarse, como tantas otras cosas que hace no tantos años nos parecían auténticas chorradas y que hoy nos parecen imprescindibles. El arte seguirá siendo arte en la medida que tenga ese componente pasional humano que lo hace vibrar, pero tampoco hay que despreciar las posibilidades combinatorias, las imágenes textuales tan sorprendentes que pueden surgir de ahí. Seleccionar lo que vale y lo que no es otro cantar y para eso seguirá haciendo falta la sensibilidad que, de momento, no tienen las máquinas. Ni otros muchos humanos parecen tener, para qué decir otra cosa. Después de una ávida lectura de varios poemas de Lorca, por ejemplo, WASP se lanzó a escribir bajo su inspiración estos versos:




“Yunques ahumados,
 sus muslos se me escapaban como
 peces sorprendidos,
 la mitad llenos de alas”

Gervás acaba la entrevista bromeando y comenta que «La poesía que hacemos no tiene sentimientos, pero los poemas sí parecen reales. No tan buenos como los que a mí me gustan pero mejores que otros difíciles de entender. ¿Se distinguen de los que escribe una persona? A veces sí, a veces no. Esto no es una auditoría contable».


La poesía nunca dejará de ser un área del ámbito humano. Hecha por personas y para personas. Un auténtico festín de la humanidad al que no muchos se apuntan, para qué engañarse. Pocas cosas pueden definir mejor la especie humana que su capacidad creativa. Y la poesía no es más que creación llevada a un nivel de lenguaje que se mueve entre lo textual, lo visual y lo sensorial de las emociones que trascienden espacios y tiempos. Lo genuinamente original se da en contadas ocasiones. El invento de la rueda, por ejemplo (y apuesto a que fue una inspiración en torno a algún elemento natural como una piedra). Es bastante más comun la originalidad que se da al evolucionar, reinterpretar, construir a partir de, combinar. Aprendemos de todo lo que vemos y leemos. Los algoritmos hacen lo mismo. Además tenemos la capacidad de sentir, algo que un algoritmo no tiene, por eso lo interesante de todo esto no es el resultado de un texto vacío, sino su proceso de construcción abarcando combinaciones textuales que hoy se nos escapan, pero que sin duda pueden abrir nuevas posibilidades creativas, llevar la mente y la imaginación hacia nuevos estadios de irrealidad. Transformar eso en poesía ya es cosa de poetas.

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