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Cuento binario


El final había empezado unas horas antes con la normalidad con la que se visten los días que se dirían iguales a cualquier día.Volvió a casa tras la jornada laboral. Hizo su entrada a través del terminal de reconstrucción corporal que la empresa Heartbyte instalaba en los domicilios de los empleados. Hoy coincidía con Alma, su pareja, y eso sucedía esporádicamente. Cada vez más. Desde que el Primer Ministro había anunciado el final de la crisis económica y había asignado por decreto los puestos de trabajo generados gracias a la ley de La Nueva Economía, la conciliación familiar era una rara avis entre las gentes del lado gris de la tierra. El precio a pagar en hipotecas vitalicias a cambio del pleno empleo.
Estaba muy cansado. Las cadenas de transporte de datos agotaban hasta la extenuación. Aún así atisbó una sonrisa plácida y llena de calidez al ver a Alma y un deseo de abrazarla que intuyó y comprobó mutuo. Ambos se entrelazaron en una multiplicación de brazos, piernas, bocas, lenguas y ropa deslizándose que dio como resultado dos cuerpos poseídos por espasmos amatorios sobre la cama de la habitación. Hicieron el amor con los cuerpos entregados a un celo primigenio y tuvo la sensación que iba a estallar el universo entero. Lo deseaba tanto. Hacer el amor con Alma, sí. Pero sobre todo que estallara el mundo, que reventara la existencia opresiva impostada e impuesta y quedaran sus partículas en una suspensión calma y libre, como ahora permanecían los dos cuerpos exhaustos, leves y desprendidos sobre una madeja de sábanas con olor a naftalina. Pensó en la imagen de los cuerpos como si los divisara a vista de pájaro y se sintió un semidios colmado por la belleza y la entrega. La voz de Alma le devolvió la perspectiva terrestre de la escena y todo le volvió a parecer cotidiano y costumbrista, como una olla sobre los fogones de la cocina -ya no habían fogones, pensó-, como la previsión del pan en la despensa. No tenía ganas de hablar, ni de escuchar. Sólo quería sentir y abstraerse, pero le pareció desconsiderado no responder la pregunta de Alma:

- ¿Cómo ha ido el día?

Alma debió entender que esa respuesta iba a ser breve y no iba a dar lugar a más conversación que un "como siempre, nada especial" o un "bien, ¿y a ti?". Temió que se apagara la lumbre antes de encender el fuego y era un fuego que le reconfortaba como lo hacían los líquidos calientes en las frías mañanas en el matadero. La voz de Yago despertaba en ella la música que daba sentido, ritmo y melodía a su vida, una vida que sentía descuartizada como los trozos que desgajaba de los animales muertos en las jornadas interminables de operaria de la carne. Era esa voz la que mantenía en su mente y resonaba cuando aplicaba el hacha con fuerza sobre los descomunales cuerpos sacrificados de las vacas -la mente en otra cosa, para no sentir el corte en su piel, en sus venas agrietadas por donde vertía todo el dolor que transportaba su sangre-. Odiaba aquel mundo gélido e inerte, repleto de ecos de golpes post asesinos y, sin embargo, había detectado en su interior un punto de resignación que aún detestaba más que su trabajo asignado por decreto. Hoy necesitaba mucho más que otros días esa tabla de salvación. Se volvió hacia Yago y le miró a los ojos. Vio que no estaban allí, que debían andar volando más allá de aquella habitación. Dejó sus labios en un roce leve contra los labios de él, aún hirvientes:

- Explícame por dónde has estado. Necesito que me expliques, que me lleves contigo aunque sea de palabra. Necesito palabras que no suenen como golpes secos...

Alma sabía que, en realidad, Yago podría explicar muy poco o más bien nada de su trabajo, puesto que éste se basaba en la disgregación mínima de la información, un trabajo especialmente diseñado para que sus operarios no tuvieran ni idea de lo que estaban haciendo y se limitaran a cumplir el programa diario establecido. Decir que había tenido mala suerte en la asignación del trabajo sería dar un triunfo a la posibilidad aleatoria que ya no existía en la tierra. La asignación la había realizado un equipo de la consultora Capital Forever Inc, designado por el Gobierno Mundial. que supuestamente hizo un estudio concienzudo de las capacidades de las gentes que poblaban las listas de desempleo del planeta -tanta ociosidad desquiciante...-. El resultado fue el florecimiento de una serie de empresas de todos los sectores y subvencionadas públicamente que aportaron infratrabajos para lo que debieron considerar infrahumanos.
A Yago le tocó ser cero. Heartbyte era una de esas empresas de tanta tecnología de última generación como de utilidad discutible. Sirviéndose de los avances en genética había logrado, gracias a un complejo sistema de descomposición molecular, condensar la esencia de cada uno de sus trabajadores en las unidades mínimas de información, o se era uno (reservado para los recomendados) o se era cero. No es que ser uno supusiera un trabajo más liviano que el ser cero, pero la carga de negatividad que aportaba el número vacío era la que cualquiera hubiese querido esquivar. En el centro de procesamiento de datos todos se entremezclaban y se incorporaban a las cadenas de transporte según el programa diario que no permitía saber qué tipo de información aportaba el conjunto. En ocasiones, cuando partía de la parte alta de la cadena de transporte, había logrado atisbar, según la disposición de los elementos, algunas imágenes sueltas, gráficos sencillos como emoticonos o frases cortas. El resultado, según los expertos, era una señal de calidad sentimental que superaba la alta definición extrema (XHD), de un realismo brutal.

Yago hizo un esfuerzo titánico para salir de su abstracción y detenerse en el rostro expectante de Alma, una mirada que le insistía sobre el silencio, habla, cuenta, llévame. Esa mirada que llevaba consigo en las interminables jornadas a velocidades sobrehumanas, como un faro en la tormenta marina de números violentados en un oleaje constante y oscuro.

-01110100 01100101 00100000 01110001 01110101 01101001 01100101 01110010 01101111-, respondió con una mueca de sonrisa.
 - ¿Cómo dices?  - Mira, Alma, esto lo aprendí el otro día. Significa "te quiero" en código binario. Cada día sueño con que encabezo una formación de estas y llego hasta ti a través de cualquier cartel luminoso, de cualquier mensaje de texto... Y tú sabrás que ese mensaje es para ti porque brillará de una forma especial, que el extremo izquierdo de esta T primera y mayúscula te hará un guiño, soy tu cero.  Alma no supo en ese momento si Yago hablaba en serio, pero le gustó lo que dijo. No se iba a molestar en verificar si la combinación de la cadencia binaria era la transcripción real de "te quiero". La sucesión de ceros y unos le pareció mágica en boca de Yago y estuvo a punto de pedirle que la repitiera, pero un halo de culpabilidad le rondó el pensamiento. Ella no tenía ningún código encriptado para él. No tuvo más tiempo de ahondar en ese sentimiento porque Yago continuó contando.
 
-¿Sabes? Creo que hoy he estado en Italia,  no porque oyera a nadie, ya sabes que no podemos hablar por la distorsión de información que crearíamos… Despido automatico, vaya. Aunque yo cada día tengo más ganas de gritar… Pero bueno,  estaba en lo de Italia. Los unos italianos son inconfundibles, los únicos que llevan el flequillo engominado...  Y hacia atrás... Cualquier día se convierten en nueves...-. Rió buscando la complicidad de Alma. Y la obtuvo. La risa desprendida de los dos en un yacimiento de felicidad incoherente con el entorno hostil en el que discurrían sus vidas. Volvió a elevarse con el pensamiento y la escena de los dos cuerpos sonrientes hacia un cielo imposible le reconfortó. Hay imágenes que no necesitan soporte físico para visualizarse, ni registros digitales que las conserven. Aparecen nítidas en la memoria a la menor llamada o evocación y entonces ya no tiene importancia si se tomaron en algún momento -todo llega a dudarse- o fueron producto de algún desvarío del sueño o de alguna sustancia psicotrópica. Aparece y, por lo tanto, existe aunque sea en la realidad virtual de nuestra mente. 

- La he visto- dijo Alma.
- ¿A quién?
- La imagen en tus ojos. Nos he visto aquí tendidos y sonrientes, desde lo alto, como dicen que se ven los muertos cuando se van desprendiendo de su cuerpo físico... ¿Estamos muertos, Yago?
- Depende de lo que entiendas por estar vivo-. Yago miraba ahora los ojos de Alma como buscando el reflejo de su imagen construida, real e imposible al tiempo si no es que hubiese sido tomada por algun dios desocupado y fisgón. Pero Alma había cerrado los ojos en un acto inconsciente que solía repetir cuando quería encontrar las palabras exactas de alguna frase. Pero en esta ocasión no buscaba palabras. Las había encontrado hace tiempo entre golpes secos y casquería.
- Quiero acabar con esto. Con la vida un día al mes, con la muerte cotidiana. Quiero que grites Yago. Quiero que gritemos.

Alma abrió los ojos. Yago no los había retirado. Se abrazaron y volvieron a recorrerse la piel con las manos, con los labios, con el cuerpo entero y los sentidos desatados. Se movieron como uno hasta el terminal de descomposición corporal de Heartbyte. El escáner puso en marcha su luz fantasmal y fluorescente y la amalgama de miembros relució de un verde espectral. Un sonido agudo precedió a una voz pregrabada que advertía de un cuerpo no reconocido. La pantalla del escáner iba alternando unos y ceros cada vez con mayor celeridad, como los espasmos amatorios de los infiltrados. Aparecieron grafismos initeligibles al tiempo que un grito colapsó el sistema. Una explosión helada. Las luces se apagaron. Se impuso el cero con una expresión sonriente en forma de dos.

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