Nadie sabe nada
Será que últimamente
leo mucho a Leonard Cohen, al que entró en la madurez cuando yo era muy joven.
Al que iba envejeciendo acumulando amor, sexo y fanfarronerías por un igual, al
que ya llevaba a Lorca aposentado en las venas y se propuso que le sobreviviera
llamando así a su hija. Será por eso que me volví a topar con Everybody Knows, la primera canción que
conscientemente escuché de él. La primera que supe lo que decía, puesto que,
por aquel entonces, el segundo idioma que se estudiaba mayoritariamente en
España era el francés... Y Cohen se empeñaba en cantar en aquella jodida lengua
que hacía parecer cualquier letra algo brillante y genial, la lengua que iba a
acabar dominando el mundo engulléndonos a los paletos enamorados de las derivas
latinas del lenguaje. Pero Cohen, traspasado a la lengua de Lorca no pierdía
brillo, o simplemente brillaba de la única manera en que lo podía entender. Y
allí volvieron a aparecer todos aquellos versos en que todo el mundo sabía lo
que pasaba entonces y hacia dónde iba el mundo. Era el año 1988 cuando Cohen
publicaba I'm your man y casi trenta
años después, ya sin él entre los vivos con carne en la tierra, la cosa no ha
mejorado. Pensando en eso y jugando con varias imágenes, empecé a reescribir su
metáfora en sentido inverso, en que era imposible que todo estuviese tan sabido
y nadie hiciera nada durante tanto tiempo. Que en todos los ámbitos de la vida
se siga prodigando la desigualdad como base de todo y se admita, que las
revoluciones acaben amansadas siempre, que era mejor pensar que "nadie
sabe nada" de lo que pasa ni lo que ocurre, porque asumir que se sabe y no
hacer nada nos desacredita como especie colectiva. Los poemas no dejan de ser
interpretaciones de la realidad con un grado de subjetividad más que extremo.
Las reinterpretaciones de versos ajenos dan resultados raros como éste:
Voy a contradecir a
Cohen
por mucho que me
duela,
pero nadie sabe
nada.
Esa es la verdad.
Nadie parece
saber nada.
Ni quién carga los
dados y miente
sobre un barco a la
deriva.
Ni quién será mañana
el verdugo que hoy
te abraza.
Todo es una verdad
asumida
en un encogimiento
de hombros,
pero nadie sabe
nada.
Cohen quizás sí,
pero no quería
sobrevivir a su musa
y se murió fumando y
mujeriego.
John Lennon
ya había imaginado
un mundo mejor
pero nadie le hizo
caso
y al final sólo le
quisieron
Yoko y las balas.
Y si preguntas por
qué,
nadie sabe nada
aunque canten su
canción.
Tal vez sea porque
nadie
quiera ser un genio
muerto,
sólo la fama de los
vivos
y el dinero de los
derechos
que todavía ganan
los Beatles
sin hacer ni saber
ya nada,
sólo que un día
fueron cuatro
y hoy sólo son
sombras.
No es la única vez
que me he aprovechado de Cohen para mis andanzas en verso. Hace un par de años
encontré el sentido de una letra que aproveché para un proyecto de canción
robándole cuatro versos de A mil besos de
profundidad. Y en estos días cohenianos me ha apetecido volverla a
tocar.
Escribo esto
mientras sigo hojeando su biografía y pienso que no pudo tener mejor argumento
su poesía.
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