Felis vitae

Podría decir que es una costumbre rutinaria. Pero no lo es. Sería otorgarle un punto de previsibilidad que no tiene. Ocurre con cierta frecuencia y sólo en ocasiones como la de hoy estoy lo suficientemente lúcido como para sacar alguna idea a cazos, así, como se saca la sopa, de la olla hirviente de los sueños, de la linde que separa la dimensión onírica y mágica de la dimensión real (o tal vez no lo sea tanto) y repetitiva de nuestra vida. Esta imagen abstracta se plasma en escena costumbrista con un despertador sonando al son de una música tribal que crece poco a poco y una mano que la sesga sin piedad y deja suspendidas e insonoras las notas que faltan y creo no haber escuchado nunca. Hay días en que eso es todo y la linde poética de ese estado de duermevela deja paso a las mil tareas diarias que necesitamos e inventamos para seguir viviendo. Pero hay otros días en que ocurre. Un trotar ligero pero decidido sube las escaleras, atraviesa el estudio y llega hasta la habitación advirtiendo a sonoros maullidos su presencia. Acerca su hocico húmedo contra mi cara para seguir frotando su pelaje impregnado del rocío fresco de la madrugada. Es como si llegara un fantasma salido del alba. Es en estos momentos cuando aún con los ojos cerrados y sus patas clavadas en algún punto entre mi cuerpo y mi alma puedo percibir los olores vegetales de algún campo cercano. No puedo dejar de transportarme, como si su cuerpo me llevara, o como si con su frotar contra mi cara quisiera prestarme sus ojos y regalarme las visiones de la noche que todavía persiste a estas horas. Son imágenes de la vida vista desde una perspectiva diminuta, cercana al suelo que nos sustenta, imposible para nosotros, los bípedos, ni siquiera en la más remota infancia que pudiésemos recordar. La fiesta de los sentidos agudizados y un sigilo en movimiento traspasan mi mente entre maleza y sotobosque a la busca de roedores nocturnos, esos que en algunas ocasiones he prendido de su boca para devolverles la libertad y la vida, como si me creyera dotado de una facultad divina, capaz de decidir lo que vive y lo que no (también la tienen los asesinos), capaz de modificar la ley natural del instinto animal. Pero en la noche no sirve porque yo estoy en un mundo paralelo y ausente en el de su deambular de caza y lucha en correrías. O simplemente en miradas que supongo e interpreto desafiantes, en el fondo tan profundas y escrutadoras, tan sinceras, que no habría ser humano capaz de resistirlas. La libertad se me presenta a estas horas en forma de gato maullante que tal vez sólo pretenda un poco de comida, un cepillado ligero o, simplemente, decir que ha llegado, que la noche se acaba y hoy le viene en gana quedarse un rato al abrigo de los mullidos ropajes de cama. Tal vez mañana no. Eso es un suceso futuro y, por tanto, inexistente. Hoy está aquí en un ronroneo cadencial y taumatúrgico, capaz de sacarme de la realidad matinal que se presenta de nuevo en forma de percusión tribal que vuelvo a sesgar de un manotazo (nuevamente las notas en suspenso). Pero esta vez salta de la cama y yo le sigo.

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