Amantes
Imagen extraida del blog "Cuentos del duende de la niebla" |
Ahora estaba en otra cama, en un hotel cercano al domicilio al que habría de volver en breve para organizar el regreso de Ella y dar la prestancia necesaria a la morada para que pareciera haber sido ocupada durante los dos días en que había estado fuera, aparentar que la vida había transcurrido sin alteración rutinaria a lo dispuesto, a lo que Él suponía que Ella imaginaría en la distancia. En el fondo sabía que Ella no repararía en esos detalles objeto-espaciales del domicilio y posiblemente los pensamientos hacia Él ocuparían un lugar bastante secundario o terciario, desde luego no principal en su ausencia, pero necesitaba dar continuidad a la vida artificial, pero no por ello irreal, en común.
Esa le había hablado durante la tarde de sus numerosas inquietudes vitales, de sus gustos literarios, musicales. En bastantes ocasiones le pareció rememorar anécdotas y gustos ya olvidados de Ella, hasta su risa le transportó bastantes años atrás, cuando el futuro estaba por escribir y se trazaba a renglones de deseos compartidos y ampliamente coincidentes. El alcohol destilado en numerosas formas puso la divagación etílica y etérea sobre cualquier tema que se abordaba, sobre la vida imaginada de los transeúntes y de los clientes de los locales que fueron visitando. Él se mostró jovial e ingenioso como hacía tiempo que no se sentía, como si una chispa invisible hubiera prendido la mecha de su autoestima y le hubiera devuelto las ganas de agradar, que es una de las cosas que primero se pierde cuando se desvanece el interés por el otro.
La velada se fue consumiendo como la cera de las velas encendidas, entre risas, alcohol y conversación amable, convirtiéndola en un encuentro más parecido al de dos amigos a los que el tiempo había puesto en distancia que al de dos amantes en celo que buscasen en el sexo la falta o la desidia vengada de su vida diaria. Pero también llegó el momento del acercamiento corpóreo, ya coronados ambos por la embriagez, despedidos del mundo exterior, desnudos y elevados a remotas cumbres inexplicablemente cálidas: la entrega, el instinto primario, el ser compartido, el agotamiento, el sueño. Después amaneció la sed y el ardor, la sacudida de la resaca, pero ahora, a media mañana, le parecía un precio minúsculo pagado por el reencuentro consigo mismo. Se vistió con sigilo para seguir disfrutando de la respiración susurrante de Esa, la brisa, el soplo, la plenitud del ser significado. Marchó dejándola en la cama, sin irrumpir en la escena de belleza y quietud del cuerpo semidesnudo, entrelazado en sábanas que dejaban a la imaginación la continuidad de su piel tan entregada al descanso como hacía unas horas se entregaba a su piel.
Esa no quiso despertar todavía. Había seguido la escena con los ojos cerrados, como si el abrirlos fuera a devolver la incrustación de la pátina de olvido de sí misma que los días le habían puesto sobre el alma, su alejamiento esencial, y que el encuentro con Ese, a hurtadillas, fingiendo un viaje inesperado, había arrancado con una violencia extrañamente deseada. Tal vez tampoco abría los ojos para no enfrentarse al nuevo día hiriente de resaca alcohólica. Y de risas, de deseos olvidados o enterrados en la maldita pátina de la rutina. De todas formas tenía tiempo. Hasta las cuatro no tendría que volver a componerse para reaparecer en el mundo en forma de llegada fictícea al aeropuerto -terminal dos-. A las cinco la esperaba Él. Como siempre.
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